el viejo del costal
El Hombre del Saco (Hombre de la Bolsa)
Tras el Coco, el Hombre del Saco u Hombre de la Bolsa es el asustachicos hispano más ubicuo: con el primer nombre se le conoce en España y México; con el segundo, en Argentina y Uruguay.En México encontramos variantes como el Viejo del Costal y, en la zona estadounidense, la forma spanglish Sacoman.
La versión más completa e impresionante sobre el Hombre del Saco, exactamente sobre su forma catalana (Home del Sac) nos la da el gran folklorista Joan Amades:
En términos generales, el pueblo siente cierto recelo hacia los adelantos y las mejoras de carácter mecánico, rodeándolos de leyendas y de creencias que tienden más bien a desacreditarlos y a hacerlos odiosos. Más de una vez hemos oído que los ejes de las ruedas de los carros y demás vehículos, que los pernos de las muelas de toda suerte de molinos y que incluso las jarcias del velamen de las naves debían engrasarse muy a menudo para ayudar a sus movimientos, empleando para ello saín obligadamente humano, pues que no servía para el caso el de animal. La grasa debía ser fresca y tierna.
La industria para procurarse el saín necesario debía acudir al degüello de infelices criaturas, de las que debían sacrificarse en buen número y a diario para satisfacer las necesidades industriales. A fin de procurarse víctimas, rondaban por las calles unos hombres con un saco al hombro, que sonaban una tonadilla que atraía a cuantos niños la oían, los cuales se sentían como hechizados a su son y, sin darse cuenta, iban tras el músico, quien los conducía hasta un paraje despoblado, donde aprovechaba un momento para retorcerles el pescuezo, metiéndolos en un saco y llevándolos luego al desollador, quien le pagaba a buen precio su carga. Este descuartizaba al infeliz para obtener el máximo producto industrial de su cuerpo. No todos los embaucadores de niños se servían de la música para atraerles; los había que mostraban un teatrillo o unas vistas en colores y otra suerte de espejuelos.
La introducción del ferrocarril y de la tracción urbana eléctrica, al igual que la gran expansión industrial, robustecieron sensiblemente este personaje, el cual era actualísimo en Barcelona cuando nosotros éramos niños, y del que nos habían hablado insistentemente en los términos referidos, pintados en tonos terroríficos y espeluznantes. Este personaje aún es activo, pero la generación infantil actual no tiene del mismo la idea precisa y horrible que tenían de él las generaciones del siglo pasado, no pasando hoy de ser uno de tantos espantachicos (Amades 1957: 256-7).
En este dibujo del Hombre del Saco, que nos lo presenta en toda su pujanza, hay rasgos que recuerdan a los Pishtacos peruanos, al Sacamantecas y al legendario Flautista de Hamelin.
Hoy día, la imagen del Hombre del Saco es considerablemente más vaga y menos aterradora. José Lamas Ríos, de Uruguay, lo describe como una persona de unos 50 años, de estatura normal, con ropas raídas de color marrón, sin afeitar, despeinado, encorvado y con una bolsa de arpillera a su espalda. Moira Chas, desde Argentina, escribe sobre el Hombre de la Bolsa: También estaba el Hombre de la Bolsa... que se llevaba a los niños traviesos. Se los llevaba para siempre, a algún lugar horrible. Yo lo veía de color marrón, la ropa marrón, la piel marrón, y la bolsa tambien marrón, barba sin afeitar, con aspecto de mendigo.
Rubén González y José Manuel Pérez, dos adolescentes de Montijo (Extremadura), describen al personaje como Hombre imaginario, gordo y alto, que según la nana se llevaba a los niños metidos en un saco a su castillo y se los comía. Sólo se llevaba a los traviesos que no dormían, ya que eran los que estaban más buenos. Otro joven de la misma localidad, Pedro Tomás Vegas Luna, lo describe como un titiritero que iba por las calles y metía a los niños en un saco.
En Balmaseda, según testimonio de Amelia Maguregui Llaguno, un familiar se disfrazaba con una chaqueta vieja, un sombrero raído y un saco enganchado en un palo. Todos los niños y niñas le tenían auténtico terror.
Como escribe Chema Gutiérrez, parece ser que fue el mejor referente para padres sin imaginación a la hora de echar mano de figuras para asustar a los niños, ya que no debía ser muy difícil encontrar algun hombre con un saco al hombro e inventarse fabulosas historias sobre lo que metía dentro.
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